sábado, 23 de enero de 2010

RELATO CORTO GANADOR DEL CONCURSO NACIONAL DE CUENTO ASCUN: EL BRUJO DE BATATAL

COLUMNA CARCAJ


Alberto está vivo. Lo supe hoy por accidente cuando un médico amigo me pidió el favor de interceder para que le permitieran exhumar los cadáveres de dos primos lejanos, muertos a tiros en su corral de ganado quince días atrás cuando se disponían a ordeñar.

La señora Victoria no había dejado de llorar la noche que fui a transmitirle la solicitud del médico Edgar Ruiz Aguilera para exhumar a sus hijos.

La señora Victoria accedió al final a mi petición y agregó: yo hablo con Alberto para que saque los cadáveres de las bóvedas.
Cómo es la vida -suspiró-hace tres semanas le pedí a Alberto que sacara de la bóveda los restos de mi tío Luís, quien murió del corazón hace tres años y sus hijos no tenían donde enterrarlo y yo le facilité la bóveda.

En esos momentos el ángel de los recuerdos se posó en mi hombro izquierdo hiriéndome con sus filosas garras. Alberto está vivo, pensé. Y haciendo una de las tantas cosas extrañas que le gustaba hacer: Sacar cadáveres, exhumarlos y colocar los restos en un osario, para desocupar una bóveda de emergencia.

Conocí a Alberto en "Batatal", una pequeña finca dominada por un bosque de mangos centenarios, atrapada para siempre en las fauces de una ciénaga que les roba los colores al cielo todos los amaneceres; allí donde todos los medio días el sol que se pasa su vida ahogándose de calor, se baña desnudo.

Mi padre le cedió un pedazo de tierra para que lo sembrara. Alberto andaba vestido con un pantalón roto en las nalgas y remangado hasta la rodilla, amarrado a la cintura con una majagüa de plátano, sin camisa y sin calzarse; de estatura media y con los cabellos alborotados y sólo lo bañaba el agua de lluvia, cuando lo encontraba en los caminos oscuros de las noches de tormenta. Tenía cuatro burras y ocho perros hambrientos, flacos y valientes.
Nunca le conocí mujer y mucho menos hijos. No le negaba favores a nadie, respetuoso y un poco introvertido, lo que hacía más densa la soledad de su mundo, y arrastrando siempre su fama de brujo. La única vez que lo vi rugir de rabia fue en una fiesta patronal donde alguien desde la plaza principal del pueblo le gritó "Alberto Panam", se fue a su casa y llegó armado de un sable afilado dispuesto a desaparecer al que lo había ofendido y como no lo encontró, se desquitó con la casa de palma de su agresor.

No olvido la tardecita gris siendo yo un niño, cuando mi padre me envió por primera vez solo a la finca a recoger las vacas; al llegar me acerqué al sembrado de Alberto a pedirle que me ayudara, pero lo que vi y escuché aun me estremece: Alberto gritaba, gesticulaba rabioso, peleando con alguien a quien yo no veía, luego se acercó a un árbol de mango de conserva y le daba furiosas trompadas arrancándole pedazos. Al notar mi presencia me gritó que me fuera para el corral porque esta arreglando unas vainas con su "compa Lucho".

A Alberto lo recuerdo en la casa de bahareque con techo de palma de vino y puertas de pencas raspadas de palma viviendo con la señora Eulalia, su madre. Una señora gorda, sucia con los cabellos alborotados y una eterna colilla de tabaco apagada en la boca. Alberto adoraba a su madre, siempre estaba pendiente de ella, y dos veces a la semana le traía de "Batatal" las hojas de tabaco que cultivaba con esmero para que ella hiciera sus colillas enormes; ella lo premiaba todas las noches a su llegada de la finca, con su totuma llena de vino dulce de palma y un pedazo de yuca asada.

Un lunes de marzo antes de medio día, la señora Eulalia decidió quemar un paraco de avispas "congolito" que desde hacía tiempo se encontraba en el caballete de su casa, tomó una rama larga y en un extremo le amarró cascarones secos de maíz, los empapó de petróleo y los prendió en el fogón; al tratar de llevar la candela donde estaba el paraco, la llama tropezó con un palomero del techo y la palma seca por lo vieja y por el verano comenzó a arder, quemándose toda la casa, y el fuego se fue esparciendo por las casas vecinas hasta incendiar a más de medio pueblo.

A esa hora de la mañana no había un solo hombre en el pueblo, pues todos madrugaban a sus parcelas a trabajar y regresaban al anochecer, por lo que a las mujeres y niños les tocó tratar de apagar el incendio con agua traída en el hombro desde el río lejano. Cuando Alberto regresó a la casa y la encontró hecha cenizas, se encogió de hombros y tranquilizó a su madre: "Ya era hora de matar a tantos murciélagos que no me dejaban dormir, y a los alacranes que caían en la hamaca en la madrugada cuando yo estaba roncando, despertándome con sus ponzoñazos".

A Alberto siempre lo perseguían culebras y alacranes, salían de donde menos lo esperaba, más aún en Semana Santa, por lo que Alberto tanto la odiaba y deseaba se pasara rápido para descansar de esos " malditos animales que me tienen aburrido" decía.

A la vuelta del callejón de donde vivía Alberto, en la calle "La albarrada", vivía su única hermana, "Pacha", de padre diferente al de Alberto. La recuerdo como una mujer feliz, deslenguada, desparpajada, rodeada de sus muchos hijos de sus muchos amores clandestinos. Alguna vez le pregunté a "Pacha" por sus amores escondidos, y me respondió que para ella era un pecado "no hacer cosas malas" con hombres que se les veía la necesidad pintada en la bragueta del pantalón; y mejor, si lo hacían de madrugada y en la cama más grande del mundo. Al preguntarle en esa ocasión y tímidamente cual era la cama más grande le mundo, me respondió muerta de risa: el suelo, la tierra física porque ahí sí me revuelcan sabroso.

Cuando no estaba limpiando el sembrado de yuca y maíz, Alberto pescaba con un anzuelo y carnada de lombriz de tierra en la orilla de la ciénaga con el agua hasta la cintura. Sancochaba las mojarras con yuca y demás especias y obtenía un caldo espeso y así hirviendo lo ingería sin sentir malestar alguno; luego se pasaba las manos sucias de pescado por sus cabellos alborotados aplanándolos un poco. Así se limpiaba las manos cuando mi padre estaba presente, sólo para revolverle el estómago. Luego se miraban, y Alberto soltaba una carcajada después de un sonoro eructo.

Una tarde veraniega al sentirse con fiebre, Alberto se vino de la finca más temprano que de costumbre. Al llegar a su casa cansado y hambriento y con ganas de tirarse en la hamaca a descansar, y que su mamá le diera una toma de plantas hervidas para la fiebre, se encontró en la puerta con el pastor de la iglesia evangélica local que se estaba formando en esa época. Alberto a duras penas escuchaba las palabras del pastor, quien le hablaba de la salvación y que estaba a tiempo de arrepentirse de todos sus pecados. Ya al despedirse, el pastor le puso la mano en el hombro diciéndole." Hermano, el señor te ama". Alberto que jamás en su vida había escuchado palabras tan lindas y cargadas de tanta ternura, y menos de otro macho igual a él, comprendió el mensaje del predicador evangélico de manera equivocada, y en ese momento se le quitó todo el malestar que traía, lo miró con sus ojos inundados de furia y lo degolló en el acto con el puñal afilado de su respuesta: "Será marica".

No creo que nadie vio llorar a Alberto cuando la señora Eulalia murió. Creo que sufrió el dolor a su manera, aislándose en "Batatal". Pero el día que enterramos a mi padre, cuando regresábamos del cementerio a la casa, lo miré y noté un par de lágrimas en sus estrechos ojos de culebra. Me dijo en esa ocasión: El ser que hoy enterramos fue quien me bautizó "Alberto Panam", como yo no me pongo nada en los pies y ando con "la pata pelá" me enganchó así. Yo también sabía que sólo a mi padre era al único ser que le permitía llamarlo así sin consecuencias funestas. Cuando llegamos a la casa nos sentamos bajo un frondoso naranjuelo, y me preguntó, si yo no recordaba la vez que fuimos al playón a sacar a "la Barranquilla" del pantano, cuando la vaca entró a tomar agua y no pudo salir.

Yo recordaba esa historia ocurrida dos años antes, pero lo negué para que él me la repitiera: Fue aquella noche transparente de febrero, donde las aguas se alejaban conquistadas por el verano y a los animales se les dificultaba encontrarla para calmar su sed, por lo que tenían que aventurarse a sitios peligrosos. La Barranquilla entró a tomar agua al charco y no pudo salir. Alberto al darse cuenta vino al pueblo y le avisó a mi padre, tres personas se ofrecieron a acompañarnos junto con Alberto a sacar la vaca del barro, con la condición de que mi padre comprara ron para llevar. También se equiparon de sogas para amarrar a la vaca y jalarla a la orilla. Cuando regresábamos, ellos sucios de barro y borrachos (mi padre no bebió), no habíamos caminado doscientos metros, cuando Alberto quien iba delante de la fila india se detuvo. Había un cadáver de vaca maloliente a un lado del estrecho camino y mirándolo desafió a mi padre: Apostemos una botella de ron a que yo hago que esa vaca muerta berreé, se pare de ahí y corra. Y sin esperar respuesta se arrodilló y murmuró algo, luego golpeó con la palma de su mano izquierda la tierra por los cuatro lados de la vaca muerta. De pronto el cadáver comenzó a moverse. Alberto hizo una pausa para tomar un trago de café caliente y mirándome con nostalgia me preguntó: Tampoco recuerdas lo que me dijo en ese momento tu papa (así decía cuando se refería a mi padre). Al yo negarlo con la cabeza, él prosiguió: y mi padre lo tomó del brazo y lo levantó diciéndole: “Tu no ves que aquí está un niño, carajo”.

En los días de invierno, cuando la lluvia lo acorralaba, miraba a las nubes que se iban formando y le rezaba una oración para que donde él estaba no lloviera, para que no se le mojaran los tabacos ni los cabellos alborotados.

A decir verdad yo me había olvidado de Alberto quien abandonó la finca poco después de la muerte de mi padre. Pero hoy que me entero de que vive, quisiera verlo y preguntarle entre otras cosas, si el perro negro que se paró en sus dos patas en el pecho de mi abuelo una noche de viernes santo, y a quien él regaño y obligó a bajarse, era el mismo "Lucho" de aquella tardecita gris del bosque de mangos en "Batatal". Preguntarle, si es cierto que está condenado a vivir en la miseria a cambio de los poderes mágicos y oraciones diabólicas que posee. Preguntarle, si es verdad que ayudó a morir al señor Félix que se estaba muriendo hacía dos meses de viejo y no lo conseguía, y cuando Alberto llegó y le recitó la oración que sólo ellos dos sabían, el señor Félix descansó en paz. Preguntarle, si todavía en el transcurso de todo el mes de noviembre a las doce de la noche, llega a la puerta del cementerio e invita a todas las ánimas del purgatorio a recorrer el pueblo rezando interminables letanías para conmemorarles su mes sagrado, pero ellas le tenían prohibido mirar para atrás durante el recorrido para que no se asustara con tantos cadáveres andantes. Preguntarle, si es cierto que los restos del cadáver que exhumaba no lo dejaba dormir tranquilo y le estremecían la hamaca si le dejaba algún resto de huesos dentro de la bóveda que desocupaba.

Al acercarme a la casa donde Alberto vivía, y ver mucha gente allí, me extrañé. Al llegar pregunté por lo que pasaba y alguien respondió: Alberto que se murió. Estaba hablando con "Pacha" cuando se quedó así, tieso como un palo. Al preguntarle a "Pacha” por la vida de Alberto, dijo entre sollozos que precisamente le estaba pidiendo a ella que cuando él muriera, buscara al mediquito en "Batatal" y que ni siquiera le había alcanzado a decir quién era ese tipo; y le dijera que Alberto le pedía el favor que lo enterrara, pero tres metros bajo tierra, porque en ese pueblo de maricas, ninguno tenía chácaras en los pantalones para atreverse a exhumarlo si lo metían en una bóveda prestada.

En ese instante al escuchar el relato de "Pacha", volví a vivir mi infancia preciosa e inolvidable, y recordé la mañana lejana y lluviosa de abril en el corral de ordeño en "Batatal", cuando mi padre en presencia de Alberto me preguntó qué me gustaría ser cuando fuera grande, y yo le respondí: Mediquito.

1 comentario:

Osiris Yacub dijo...

Excelente cuento Fabio.... me he entretenido mucho con tus escritos, me sentí en sanfer por un momento, hay mucho talento aprovéchalo al máximo, Felicitaciones y que nuestro Dios te guíe por el camino del éxito!!

P.D. Una vez, buscando cuentos en internet, hace ratico, me encontré con esto 'Universia premia al mejor cuento corto'‘Chele, el balsero‘ fue escrito por Fabio Fernando Meza Delgado, estudiante de la Universidad de Antioquia'.... Lo busqué por todos lados pero nunca lo encontré, no he vuelto a hacer la tarea, pero ya que hablo con el autor... podría porfa compartirlo con nosotros??
Gracias por este espacio.