domingo, 26 de agosto de 2012

EL SANFERNANDERO DE LAS PEQUEÑAS COSAS A LO GRANDE.

Hace mucho tiempo vengo escuchando noticias suyas y ya no me sorprende. Y lo mejor de él es que hace las cosas porque le sale del corazón o a lo mejor lo heredó de su admirada mamá, o ambas cosas a la vez. Este ser humano con ese don de gente y su preocupación constante por tratar de que nuestro pueblo supere tantos sinsabores no nacen todos los días, con dos personas más con su perfil el pueblo de San Fernando volvería a ser lo que alguna vez fue. Creo que fui una de las primeras personas que supo que cuando “fuera grande” iba a ser un referente importante. No me equivoqué. De niños hablábamos de estos temas y de otros no menos importantes, además de jugar en esa especie de cañón que hay o había entre las casas del señor Atenor Aguilar y la casa de la familia Rico, en San Fernando, por supuesto. Recuerdo que lo único que nos obstaculizaba lanzarnos por ese callejón tenebroso que era un abismo hacia el barranco eran los caballos del señor Rosemberg Jiménez, que el señor Porras, su trabajador, amarraba en la cerca de palo de su suegra, donde vivía. A veces se nos perdía la mirada en el horizonte y tratábamos en vano de mirar desde ahí el río y a nuestro modo comenzábamos a componer el mundo, y mucho más cuando comenzamos a estudiar bachillerato y nos la pasábamos más ahí en ese cañón -que él un día bautizó con un nombre impronunciable pero que después se nos volvió familiar- que en el salón de clases porque por lo general no había profesores. Muchas de las cosas que ha liderado y llevado a la meta con éxito en el pueblo desde que tuvo certeza de la influencia de sus palabras, yo se las había escuchado desde que éramos felices e indocumentados, incluso, aprendí a interpretar sus largos silencios cuando se abstraía del mundo y se chupaba el dedo de la mano izquierda y con la otra se hacía una especie de laberinto en la moña. Me imagino que ya dejó de hacerlo. La que siempre lo molestaba por esa especie de manía era su hermana quien también estudiaba con nosotros y en medio de la inocencia de ese tiempo lo amenazaba con decírselo a la mamá. Desde esa época y quizás desde mucho antes, más que hermanos son amigos y eso siempre lo admiro en todos ellos. Qué bueno que todas sus iniciativas tengan eco en la mayoría de sanfernaderos, los que están dentro y fuera del pueblo. Hasta nos ha enseñado a cambiar los paradigmas con que vivimos más del siglo y a levantar la cabeza y exigir. Para mí es un líder, porque un líder es ayudar sin tantas pretensiones a mejorar la calidad de vida de toda una comunidad sin esperar nada a cambio. Además ha hecho en silencio tantas cosas por tanta gente que nadie se ha dado cuenta. Es un excelente profesional e igual ser humano y estoy seguro que buen hijo, buen hermano y buen papá. Además es como las tejas Ajover, que sólo le pasa la luz y no los años. Hace un tiempo tuve el honor de hablar con él, y lo hicimos como en aquellos tiempos, sentados en el piso de la escuela sin importar el tiempo ni el lugar y nos pusimos al día después de muchos años sin vernos. Confieso que al volver a saludarlo sentí la misma emoción extraña pero sabrosa que sentía cuando nos lanzábamos por el cañón ese del barranco de la Albarrada y rogábamos que ese sitio no desapareciera jamás y lo teníamos como testigo de nuestra amistad que quedó sellada más allá del bien y del mal desde siempre y para siempre a pesar de nuestros largos silencio, s y sentí que el mundo no había dado vueltas la vez que nos encontramos y volvimos a ser esos adolescentes con ansias de cambiar todo lo que en San Fernando nos oprimía el corazón y no nos dejaba respirar. En lo más profundo de su ser él sabe que puede contar conmigo más allá de todo así yo no sepa nada de Ingeniería Electrónica, campo donde es una eminencia. Y que siempre lo voy a admirar por mirar más allá del horizonte y amar tanto a ese pueblo del que a lo mejor sin razón, el señor Marcelino Puerta dijera alguna vez que “era hermoso pero sin nadie adentro”. Alguna vez alguien dijo que los verdaderos amigos eran los que sobrevivían a la infancia y quien lo dijo tiene toda la razón, porque a veces los amigos conocemos más de nosotros mismos mejor que los hermanos, y somos depositarios de secretos que sólo nosotros podemos guardar. Un abrazo a este líder por naturaleza, a este ser humano que se preocupa por las situaciones difíciles del pueblo como ningún otro, y que sigue soñando con volver a verlo como era antes, incluida las noches sin luceros, las tardes interminables de fútbol e ir a encerrar las vacas juntos. Y cuantos sinsabores y decepciones de sus paisanos no le han arrancado más de una lágrima pero él sabe llorar en silencio. Ya no puede vivir sin ir allá y siempre encuentra un huequito en su apretada agenda para irse de Cartagena a San Fernando a buscar la gastritis perdida a causa de un bollo de mazorca con el suero famoso de su tía que siempre es reconfortante en el desayuno, y más si va acompañado de cuentos y anécdotas que le alimentan el alma. FABIO FERNANDO MEZA

martes, 19 de junio de 2012

MARTÍN ELÍAS: CANTA ENCANTA


El 18 de junio de 1990, en Valledupar, nació uno de los tantos hijos del cantante vallenato Diomedes Díaz esta vez del vientre de Patricia Acosta, hija de “el negro” Acosta. Entre otras cosas su último hijo del matrimonio con Diomedes. El mundo vallenato siempre lo conoció como su padre lo bautizó en su corazón para toda la eternidad: el gran Martín Elías.
Este muchacho hoy por hoy es una realidad del folclor vallenato y hace rato dejó de ser una promesa como tantas de las que abundan en este campo de la música, y su fama crece y crece como “el coquito” en los potreros, sobre todo en el público joven como si lo estuvieran esperando desde hace rato.
El éxito de Martín Elías se debe quizás a que no se cree el cuento absurdo de la fama. Él vive su día a día con mucha energía y se lo goza cada segundo. Ojalá que mantenga como hasta ahora los zapatos sobre la tierra y no deje que la pecueca lo invada, la pecueca de la mediocridad o el egocentrismo, quiero decir, ya que por ahí cerquita tiene un ejemplo de lo que no se debe ser ni hacer en este mundo tan incierto del vallenato.
Hasta hoy no he escuchado decirle que es el mejor, que los otros no sirven, como lo hace otro cantante casi contemporáneo de él que tristemente se quiere hacer famoso incitando a sus seguidores a denigrar de sus colegas. No sé si mañana cuando la fama, el dinero, el reconocimiento, lo acorralen, Martín Elías borre con los pies lo que tanto sudor y lágrimas le ha costado. Pueda ser que no.
Porque hasta ahora a todos los que esperábamos sus salidas en falso y su endiosamiento nos ha tapado la boca. Parece que mantiene la serenidad y la confianza que le da el haber encontrado un estilo propio donde todo el mundo imita a todo el mundo y eso hay que reconocérselo. No es fácil que con escasos 22 años cuente con una inmensa fanaticada y él con esa madurez las siga complaciendo con una devoción casi que suicida y un respeto que raya en lo medieval.
Hoy que todo es pan y miel nada de eso lo ha transformado y si ha cambiado es para bien. La vida le ha regalado lo que a muchos le demora y quizás nunca alcanzan como lo es reconocimiento, admiración y respeto. Su triunfo es de largo aliento porque posee todas las características para seguir “cortando rabo y orejas” como orgullosamente dice su padre, quien paradójicamente se compara con su hijo en vez de ser lo contrario. Pero debe ser para demostrarle lo orgulloso que está de su último retoño con Patricia Acosta.
Martín Elías no se dejó vencer de un golpe bajo que alguien que no juega limpio le quiso asestar y se levantó de sus cenizas y supo elegir a su compañero de triunfos, sueños y gloria como lo es Juancho de la Espriella, todo un señor profesional y un indescriptible ser humano lleno de virtudes tanto en lo personal como en lo profesional.
Alix Gutiérrez, una cachaca con corazón costeño quien reside en Estados Unidos, hablando del fenómeno musical que encarna Martín Elías, me dijo: “no le des más vueltas, hermano, Martín Elías no solo canta, también encanta, para que lo sepas”
Martín, por ahí es la cosa. Ese es el camino. No te dejes torcer el sendero por el silbido mentiroso de sirenas que no existen en la realidad. Sigue caminando derecho y no mires para atrás porque asustan. Sé que tu pedestal estará adornado con tu canto y carisma por mucho tiempo si le haces caso a tu corazón, eso es más seguro que “mango maduro en boca de puerca” y no te confíes porque como lo dijera alguna vez tu padre, “lo que van delante no van lejos y los de atrás se apuran”
FABIO FERNANDO MEZA
  

jueves, 24 de mayo de 2012

SÍ, RAFEL OROZCO, SE LLAMABA...

“Como ese no hubo, no hay, ni habrá”, “fue, es y será mi cantante estrella”, es lo que se le escucha decir a sus admiradoras, su principal fuerte. Para nadie es un secreto que el cantante de música vallenata Rafael Orozco, tenía a todas las mujeres como sus más fervientes fanáticas. Muchas de ellas sintieron morirse con él aquella noche negra del gran ayer. Los hombres parranderos se deleitaban con su música desde la tarde aquella de sábado cuando Rafa se montó a una tarima improvisada en la población de Aguachica, Cesar, solicitado por el gran acordeonero Miguel López, corría el año de 1976 y ya Rafa había grabado con “el comandante” Emilio Oviedo; la gente allí presente se enloqueció con el estilo que ya empezaba a imprimir en sus cantos el cantor de Becerril. Algunos de estos parranderos lo siguieron hasta poco antes de su muerte, porque sus grabaciones recientes ya no servían mucho para parrandear sino para evocar cosas románticas, cosas bonitas, para serenatearle a la enamorada hasta que el sol por cualquier parte apareciera. La gran disyuntiva de Rafa era si quedarse en Becerril vendiendo agua en su burro alborotado, aprender con su papá a tocar acordeón, vestirse a la moda en el almacén “el agáchate” de Valledupar y mantener su cabello espeso con brillantina, o salir a buscar una vida mejor. Y la encontró en Barranquilla de la mano del médico y compositor Fernando Meneses Romero, allí se olvidó de la promesa hecha a Miguel López de grabar juntos y se inscribió en la Corporación Universitaria de la Costa a estudiar Administración de Empresas. De allí lo sacó Israel Romero cuando se había separado de su cantante Daniel Celedón y Rafa andaba sin rumbo fijo. Desde el comienzo de su carrera, Rafael Orozco tuvo que vérselas con los puristas del vallenato, con los que les gusta el vallenato cerrero, sin un poquito de azúcar. Ellos no asimilaban muy bien el estilo impuesto por Rafael y las críticas no cesaron hasta mucho después de su muerte, acusando al Binomio de Oro de haber distorsionado la música vallenata para satisfacer intereses personales y que detrás del estilo de ellos se fueran algunas de las figuras de la música vallenata de hoy. Al igual que sus padres, hermanos, esposa, hijas y amigos, sufrió “la vieja Nuñe” con la partida para siempre de su “Rafita”, esa abuelita villanuevera con un alma noble, de esas almas que ya no venden en la tienda de la esquina, la mamá del acordeonero Israel Romero era feliz cuando el cantante la llamaba casi todas las mañanas a darle los buenos días, a mamarle gallo, a preguntarle si se había estrenado el vestido de flores amarillas que él le había traído de su gira por Venezuela. Gozaba “la vieja Nuñe” cuando Rafa le cantaba el merengue de Héctor Zuleta Díaz: yo no se que es lo que pasa / entre los santos y yo / cada uno escribe una carta / cada uno me pide un favor / san José Gregorio Hernández me mandó un marconi urgente / y me pide que le mande medicina pa` un paciente / ese santo que es doctor del cielo me ha encarga`o / que le mande esparadrapo, merchiolate y algodón / que san Pedro maromeando se cayó y se escalabró… la abuelita cuando lo escuchaba, con toda la ternura que irradia le decía muerta de risa: “ese muchacho de los diablos tiene unas vainas!. Te va a castigar Dios, caracho!” Detrás de los triunfos evidentes de Rafael e Israel siempre hubo una mano de hierro para con el grupo, del que ellos se ufanaban, con razón, de ser el mejor tanto en acople y en coros así como en coreografía y vestuario. Pero no todo era color de rosa para los líderes de la organización Romero Orozco: En la mayoría de las veces, cuando por dos o cuatro meses se encerraban a grabar sus canciones en los estudios de su única casa discográfica en la ciudad de Medellín, o bien por el cansancio, o bien por la tensión, o bien por el nerviosismo que les producía el querer brindarle lo mejor a sus fanáticos, en plena sala de grabación y sin venir a cuento, sin motivos aparentes, las cabezas visibles del grupo se agarraban a trompada limpia, a puño físico, compadre!; entonces intervenían los demás integrantes del grupo y los técnicos de la grabación para separarlos. Gracias a Dios todo quedaba de ese tamaño, porque luego se abrazaban y se reconciliaban y todo quedaba superado. Rafael Orozco siempre reconoció que las puertas del estrellato se las abrió la virgen del Carmen vestida con la canción que compuso su compadre Diomedes Díaz, a quien él bautizó como se le conoce al hijo de la señora Elvira: El Cacique de la Junta. Una noche de vientos cruzados, sus padres vieron en la cocina que el café se derramaba en la olla de barro en el fogón y ni la cuchara de palo pudo evitarlo, era porque en ese preciso momento a muchas leguas de su casa paterna Rafa a todos nos estaba diciendo adiós, presentía que para él ya casi estaba anocheciendo y vislumbraba en el horizonte el sueño de los que esperan despertar en lo eterno. Sí, alguien a quien no le gustaba el vallenato lo mandó antes de tiempo a encontrase con la estrella de David, alguien que no le gustaba que Rafa nos enseñara en cada parranda que quien se durmiera lo trasquiláramos, alguien que no soportaba ver que conseguíamos una novia con cada una de sus inolvidables melodías, alguien que envidiaba que Rafa cantara el amor-amor, manchó sus versos con sangre. Rafa alcanzó a ver con alegría que sus cantos se perdían como el humo en la montaña por todos los confines de nuestra basta geografía: estaban allá donde la noche era más noche, allá donde las tardes no morían, allá donde las aves libremente ya no pican los frutales cada día, allá donde todavía se escucha el ladrido de los perros cuando va muriendo el sol, allá donde se ocultan los luceros con la nieve, allá en la cabaña que está bajo un fresco naranjal, allá en la tierra que brilla, allá donde hay copitos de nieve, allá donde hay un corral de ganado escoltado por unos mangos centenarios... A aquella muchacha preciosa, bailadora de chandé, nunca se le hizo su sueño realidad: que Rafa incluyera en su itinerario a su humilde pueblo para ella recibirlo con un millón de rosas rojas cultivadas especialmente para él con todas las fuerzas de su ser; y después de que ella se embriagara con sus cantos, el cantante hiciera con ella lo que le diera la gana. Las almas buenas se van para siempre de manera súbita, sin avisar, sin despedirse, cuando menos se espera, sin darle tiempo a uno de que busque un poquito de agua en la tinaja para poder digerir tan infausta noticia. Días después de su muerte, cuando yo trataba de encontrarle razones a la desaparición tan absurda del cantante alegre y sentimental y las piezas de este horrible rompecabezas no me cuadraban, esa explicación que no encontraba me la regaló una tarde de junio, una de sus miles de fieles seguidoras, la seño Gloria, mi madre: Toty, es que Rafael José Orozco Maestre no era de este mundo. FABIO FERNANDO MEZA fafermezdel@gmail.com

domingo, 15 de abril de 2012

EL ÁNGEL DE CANDE

No me había repuesto todavía del jab de derecha en la mandíbula que me acababa de dar el destino cuando otra noticia peor me mandó a la lona: Cande había partido sin tiempo de despedirse, sin tiempo, esta vez, de repartir pasta de coco.

Yo he tratado de superar todo esto de la mejor manera que se me ocurrió: encerrándome y sin dejar que nada ni nadie me molestara. Pero hasta allá me persiguieron sus anécdotas, su carcajada, su seriedad pícara como si ella no hubiera sido la que ha contado la historia de la que todos reíamos sin parar: “Cuando José, oyó…estaba aprendiendo a manejar un carro que compró, oyó…, de pronto yo miro para la calle y veo como si fuera el carro ahí parado en el portón y salgo corriendo a abrirle y veo el carro contra la pared de mi comadre Eli, oyó…, y dije, mierda, José le tumbó la casa a mi comadre por tratar de meter el carro, si él está es aprendiendo…de pronto suelta su original carcajada y sigue: “era que esa casa la acababan de pintar del mismo color del carro, y yo no me había dado cuenta…”

Yo me he puesto una cura de burro para poder resistir tantos embates del destino: recuerdo a las personas de muy adentro del alma mía que ya se han ido como en sus mejores tiempos, sonrientes, echando cuento, saludables…

En los recientes carnavales estuve en el pueblo y siempre llegaba a la puerta de la casa de esta respetada y admirada familia pero por raros motivos me quedaba con alguno de sus hijos hablando en la puerta y no entraba a saludarla. Una mañana fui a pedirle tinto y me dice: a mí sí me habían dicho que usted estaba aquí y yo decía que no, porque si así fuera ya hubiera estado aquí. Después de perdonarme me regaló de ese tinto delicioso que sólo ella sabe hacer, y luego de disculparme, le dije que si esta vez no me iba a regalar alguna anécdota. Se quedó mirando el techo del famoso quiosco que hay en el patio de su casa y comenzó: “Este cuento me lo dijo su difunto tío Mello Delgado, oyó…, resulta que él estaba ahí sin hacer nada en la casa de su abuela Rebeca, robándole las monedas de la tienda, oyó…, y su abuela no sabía qué hacer con el Mello, cuando llega mi compadre Rosemberg Jiménez, en ese tiempo no éramos compadres, oyó…, porque él es el padrino de Édgar, oyó…, en esa época él vivía con su tía Carlina en la casa que es de la señora Delfida, la mamá de la seño Casilda, y le dijo que se lo llevara para la montaña y lo pusiera a hacer algo. A las dos de la mañana se montó su tío Mello en una mula y se fue. Cuando estaban llegando a la casa de la finca de mi compadre, comenzó mi compadre Rose a dar órdenes: fulano haz tal cosa, zutano haz tal otra, Perencejo tal cosa…y su tío Mello oyendo, oyó…, de pronto al llegar a la casa mi compadre Rosemberg se baja de la mula y se añingota detrás de un matojo y dice: ah, y tú, Mello, te pones a echar terneros, después lavas los tanques y más tarde… Y su tío Mello lo interrumpió: No joda, Rose, tú si estás jodido, te la pasas es dando órdenes, no eres capaz de disfrutar del placer de una buena cagada…”

Yo la quiero seguir recordando así, con su chispa a flor de labios, su cabello largo y negro y su pasión por los carnavales y los porros y fandangos que los bailaba como toda una maestra aunque después se quejara de que le dolieran las piernas para que el doctor Edulfo la consintiera como sólo él sabía hacerlo y todo dolor se le quitaba.

Realmente me ha aliviado el hecho de recordar todas sus anécdotas, esas que guardaba “para cuando Toty venga…”. Y así era. Algunas veces su saludo era: le voy a contar una cosita, y ella sabía que entre más viejo el cuento a mi me gustaba más

Siempre llevaré en mi corazón no sólo el aroma del café que ella me regalaba sino su valor para enfrentarse a un pueblo desconocido para ella, ya que era hija de las Sabanas de Sucre, y mucho más casarse con el Playboy de la época, que acababa de salir del ejército y se la pasaba con un llavero dándole vueltas en su índice derecho, merodeando por la casa de Celso Siado, donde ella vivía. Aunque le tocó pelearlo con Luisa Novoa y Carmen Navarro, Toty, cómo le parece… Me tenían un apodo...Recuerdo que me decían “La Zunga”… y yo le decía a una de ellas que no me acuerdo a cuál, “la espeluzcá”…

Fue una pareja que le puso el pecho a tantos sinsabores y enfrentaron valientemente las trampas del destino. Ella se fue como quería: así, de un solo cipotazo, Toty, sin darle conduermas a nadie. Yo le digo a José que cuando los dos estemos viejos y él me vaya a ayudar a pararme nos vamos los dos al suelo, y caemos Braaá…y soltaba su carcajada y me contagiaba de su alegría.

Alguna tarde pasaba por su casa y me llamó: ¿usted no ha visto al Ángel mío? Me preguntó. Yo le dije: Cande, me encontré con él en el camino del monte. No él no es, me respondió. Yo no puedo creer que usted no sepa quién es mi ángel, me dijo. Al ver mi cara de sorpresa agregó: usted está igual al chavo cuando en la clase el profesor Jirafales le pregunta cuánto es uno más uno, y el chavo se queda pensativo y dice: ¿Me puede dar más pistas?.

Desde ese día supe que la persona que es mi amigo desde antes de nacer se llama Ángel David Ruiz Aguilera, y es y será por siempre el Ángel de Cande, su hijo.

FABIO FERNANDO MEZA

martes, 27 de marzo de 2012

NIVIAM SPADAFORA, LA PROFECÍA DE DIOMEDES DÍAZ

Esa tarde las cosas eran diferentes para el muchacho de escasos 19 años que se paseaba inquieto por la orilla del pozo rodeado de árboles cómplices de la finca ‘Parlamento’, ubicada a la salida de San Sebastián, Magdalena. Estaba allí esperando a la hija de 17 años no cumplidos del dueño del predio, don Fedor Spadafora, porque ella le había confirmado a él a través de Julio Morillo, que iría a su encuentro así se estuviera acabando el mundo.

Pero esa vez no era para que ella llegara y se cogiera un moño y amarrarse el cabello cerrero y azabache con majagua de plátano mientras enfrentaba la batalla del amor con un contrincante que lo único que sabía de él era que le habían grabado una canción llamada “Cariñito de mi vida” y se la cantaba para que ella bajara sus puentes levadizos cuando estaba de mal genio. El muchacho la esperaba era para llevársela para ninguna parte, para robársela, como se decía en aquellos tiempos cuando los novios se fugaban de madrugada. Él no tenía sino sus canciones que nadie quería grabar, su talento, su sola camisa tropical de pájaros y flores, mangas largas, y una cara de palo para pedir chance en cualquier vehículo que fuera para San Sebastián. Mientras ella, hija de una familia pudiente que navegaba en la opulencia, con una belleza de miedo que paralizaba hasta el corazón de los niños, se había vuelto loca por ese ser misterioso que hablaba cantaíto, y una de las cosas que más le gustaba de su procedencia de indios guajiros era su flecha.

Pero la fuga de los novios cegados por la pasión y el deseo se truncó. Un empleado de don Fedor se dio cuenta sin querer de toda la trama que habían montado los amantes furtivos y se lo contó esa noche al patrón, quien sin dar explicaciones cogió a la hija querida y se la llevó esa misma noche para Mompox y a la mañana siguiente sin escuchar sus súplicas la embarcó en un avión para Bogotá y luego a los Estados Unidos.

Diomedes Díaz se quedó al pie de pozo esperando a Niviam Spadafora, que nunca llegó a la cita que se habían hecho desde la última vez que se encontraron en ese mismo sitio para las fiestas del 20 de enero, mientras ella lloraba lágrimas vivas por el indio, ese, carajo, como le decía su padre al pichón de compositor cuando la regañaba por sus encuentros prohibidos expresamente por él; mientras ella no veía la fecha siguiente para volver al pozo y se le hacían eternas las semanas y volvía a sosegarse cuando en las noches de mala luna escuchaba en la casa de dos pisos, en su alcoba con ventanas pintadas de color marrón una canción alegre y sentimental en una voz animada por el trago que ya le era familiar. Sí, era Diomedes anunciando su llegada a San Sebastián de la mejor manera que se le había ocurrido: cantando al pie de la ventana marroncita donde se encontraba su adorada. Al día siguiente por la tarde Niviam con cualquier pretexto se iba para ‘Parlamento’ que queda a la salida del pueblo y esperaba a que llegara su enamorado con un guayabo todavía crudo que ella le sabía quitar con sus artes de mujer propia de esa hermosa región.

Pero ese día Diomedes se cansó de esperar a alguien que ya jamás volvería a ver y se fue a ahogar sus penas como mejor pudo. En cambio Niviam nunca lo olvidó. Toda esa tierra extraña donde la había mandado su papá le hacía cerrar los ojos para volver a vivir los momentos desquiciados ya vividos con su poeta loco. En 1980 no aguantó más el sabor de cobre de las monedas de 5 pesos que le producía tantos recuerdos y volvió a su tierra con el ánimo de pelear con todo el mundo por el amor del cantante a quien no veía y de quien no sabía nada.

Pero la decepción la arropó sin misericordia porque ya el cantante se había vuelto inalcanzable y siempre estaba escoltado por mujeres y todas esas personas que ya parasitaban en él, y se empezaba a perder en el horizonte el rastro de lo que entre ellos hubo. Niviam se aferró al ya corista Julio Morillo para que le consiguiera una cita con el ya famoso cantante pero nunca recibió una respuesta. Se fue a Barranquilla a estudiar medicina y a torturarse más con la canción que ella no había escuchado por haber sido grabada cuando estaba lejos de su ‘Parlamento’ del alma y que no necesitaba saber mucho de vallenatos para saber que ella era la protagonista: Tres Canciones. Y se revolcaba de rabia y dolor cada vez que en la cantina algún borracho repetía y volvía a repetir la canción grabada por el autor de sus desvelos y dedicada a ella también, Mi Profecía.

Mientras Diomedes se volvía famoso y millonario y ya no le quedaban secuelas de sus días difíciles como cuando ella lo conoció, Niviam no hacía más que recordarlo hasta que una mañana se dio a propósito un golpe con su puño cerrado en la frente y se prometió no volver a pensar en ese guajiro con voz de chivato que le hablaba de sus sueños y le había prometido de rodillas en la orilla del pozo que se casaría con ella por encima de sus padres acaudalados, que no gustaban del borracho e irresponsable guacharaquero de cuanto conjunto iba a San Sebastián y que terminó enamorando a la joya de la familia. Don Fedor Spadafora se preguntaba qué mal había hecho para merecer semejante castigo, y para colmo, carajo, el indio sinvergüenza ese la tenía agarrada y su hija preciosa que tampoco lo soltaba, parecían suero con yuca, qué vaina.

Pero ella no se arrepintió de haber despreciado a tantos pretendientes por uno que cuando lo conoció no tenía ni bolsillos en los pantalones. Han pasado 35 años de esa historia y mi amigo y relator de esta historia -y paisano de la hoy doctora Niviam Spadafora Adeccine-, Nelson Armesto, me dice que hasta hace poco en una esquina de San Sebastián hubo una casa de dos pisos con ventanas marroncitas cuyos barrotes estaba lisos de tanta agarradera, y que incluso, dicen las malas lenguas, que el ya cantante Rafael Orozco también tocaba para dar una serenata pero ella nunca la abrió así Rafa imitara los 3 toques secos que hacía Diomedes. Al preguntarle a ella cómo lo diferenciaba ella respondía con su argumento certero de mujer enamorada: ‘es que yo conozco mi gana’o…’

FABIO FERNANDO MEZA

miércoles, 18 de enero de 2012

¿Y DIOMEDES VOLVIÓ DE NUEVO A GRABAR CON JUANCHO…DE LA ESPRIELLA?

La anunciada y quizás esperada separación de Silvestre Dangond y Juan Mario De la Espriella, tal vez tiene un protagonista que nadie se ha detenido a pensar: El Gran Martín Elías. Tengo la impresión de que Silvestre quiere atajarlo, o lo pensó hacer, sonsacándole a su acordeonero, Rolando Ochoa. Parece que nada le salió al cantante prepotente como quería y se ha quedado sin el pan y sin el queso.

Todo este espectáculo tan deprimente deja claro que el mundo del folclor vallenato gira alrededor de la hipocresía, del chisme, de la mentira y de las apariencias, por este y otros sucesos desafortunados. En este mundo nadie tiene asegurado nada y se ensañan compañeros contra compañeros, y más cuando se desmarcan del resto y comienzan a triunfar

La competencia más inmediata del Silvestre cantante no es Peter Manjarrés, ni Jorge Celedón, ni Felipe Peláez, ni el largo etcétera: es Martín Elías y Silvestre lo sabe. A lo mejor pensó que nadie podía hacerle cosquilla en mucho tiempo y se seguiría autoproclamando como el mejor. Pero llegó un muchacho lleno de más energía, de juventud y de ganas, y, sin proponérselo le está quitando el sueño a Silvestre y la atención de medios y de la gente que gusta de este folclor y que antes Silvestre degustaba sin nadie en el horizonte que lo acechara. Por supuesto que no lo reconocerá pero quien siga de cerca los intríngulis del entramado vallenato sabe que tengo razón. Martín Elías, el hijo de Diomedes, tiene todo para triunfar, hace rato dejó de ser una promesa para convertirse en una realidad dentro del vallenato, y lo más interesante es que ya no necesita anunciarse como el hijo de Diomedes. Hoy tiene vuelo propio a diferencia de su hermano Rafael Santos, de quien también ha recibido ataques y ofensas cuando han coincidido en presentaciones a través de versos sueltos, pero Martín Elías ha sabido sortear todo eso y lo toma con clama.

En cuanto a Juancho de La Espriella sería bueno verlo oxigenar la agrupación de Diomedes Díaz, especialmente en el área del acordeón que tanta falta le hace. Además pertenecen a la misma disquera y ya se conocen porque hicieron una regular grabación juntos.

De esta separación quien sale perdiendo es Silvestre porque la gente sabe las cualidades y calidades humanas y profesionales de De la Espriella, y que los dos tenían una empresa que ofrecía un producto de calidad como era su canto y su melodía. Hoy los empresarios lo pensarán dos veces y quizá la gente exija a Juancho al lado de Silvestre como aquellas épocas cuando le gritaban a Beto Villa que volviera con Iván Villazón.

Al parecer, y es especulación, que Silvestre quiso ponerle un palo en la rueda del éxito de Martín Elías tratando de quedarse con su acordeonero pero le salió mal. Ahora, nadie puede decir que esa unión no se vaya a dar hoy o mañana. En el vallenato nada está escrito. O mejor hay algo escrito: el mundo del vallenato es una farsa.

A medida que pasa el tiempo se nota que en ese mundo nadie es amigo de nadie así los vea uno abrazados en la tarima, todos desconfían de todos y la competencia es feroz y a veces poco ética y falta información veraz y abunda la charlatanería y la falsedad.

No extrañaría que Martín Elías cada día se posesione más como el cantante joven que todos los empresarios quieren tener en sus espectáculos como lo ha sido Silvestre. Pero aquél no necesitó para llegar a la cima echarles encima a sus seguidores a otros cantantes ni vivir creando polémicas para que la gente se fijara en él como lo hizo en sus comienzos. Tan meritorio es el triunfo que está cosechando Martín Elías que cuando le planteó al papá que lo ayudara a grabar su primer disco, el cantante ofuscado le dijo que no, que estaba financiando el de su niño consentido pero siguió adelante con la plata que le prestó la mamá de Harold Zabaleta.
Cuando uno se sumerge en el mar turbulento del vallenato y escucha y ve tantas cosas feas y sucias dan ganas de vomitar y el común denominador de todo eso es el afán desmedido por fama, dinero y reconocimiento continuo, y el folclor en sí parece que ya no importa, siendo que es el vehículo en el que se han montado y lo han desdibujado para que les provea todo eso, desafortunadamente.

FABIO FERNANDO MEZA
fafermezdel@gmail.com