domingo, 15 de abril de 2012

EL ÁNGEL DE CANDE

No me había repuesto todavía del jab de derecha en la mandíbula que me acababa de dar el destino cuando otra noticia peor me mandó a la lona: Cande había partido sin tiempo de despedirse, sin tiempo, esta vez, de repartir pasta de coco.

Yo he tratado de superar todo esto de la mejor manera que se me ocurrió: encerrándome y sin dejar que nada ni nadie me molestara. Pero hasta allá me persiguieron sus anécdotas, su carcajada, su seriedad pícara como si ella no hubiera sido la que ha contado la historia de la que todos reíamos sin parar: “Cuando José, oyó…estaba aprendiendo a manejar un carro que compró, oyó…, de pronto yo miro para la calle y veo como si fuera el carro ahí parado en el portón y salgo corriendo a abrirle y veo el carro contra la pared de mi comadre Eli, oyó…, y dije, mierda, José le tumbó la casa a mi comadre por tratar de meter el carro, si él está es aprendiendo…de pronto suelta su original carcajada y sigue: “era que esa casa la acababan de pintar del mismo color del carro, y yo no me había dado cuenta…”

Yo me he puesto una cura de burro para poder resistir tantos embates del destino: recuerdo a las personas de muy adentro del alma mía que ya se han ido como en sus mejores tiempos, sonrientes, echando cuento, saludables…

En los recientes carnavales estuve en el pueblo y siempre llegaba a la puerta de la casa de esta respetada y admirada familia pero por raros motivos me quedaba con alguno de sus hijos hablando en la puerta y no entraba a saludarla. Una mañana fui a pedirle tinto y me dice: a mí sí me habían dicho que usted estaba aquí y yo decía que no, porque si así fuera ya hubiera estado aquí. Después de perdonarme me regaló de ese tinto delicioso que sólo ella sabe hacer, y luego de disculparme, le dije que si esta vez no me iba a regalar alguna anécdota. Se quedó mirando el techo del famoso quiosco que hay en el patio de su casa y comenzó: “Este cuento me lo dijo su difunto tío Mello Delgado, oyó…, resulta que él estaba ahí sin hacer nada en la casa de su abuela Rebeca, robándole las monedas de la tienda, oyó…, y su abuela no sabía qué hacer con el Mello, cuando llega mi compadre Rosemberg Jiménez, en ese tiempo no éramos compadres, oyó…, porque él es el padrino de Édgar, oyó…, en esa época él vivía con su tía Carlina en la casa que es de la señora Delfida, la mamá de la seño Casilda, y le dijo que se lo llevara para la montaña y lo pusiera a hacer algo. A las dos de la mañana se montó su tío Mello en una mula y se fue. Cuando estaban llegando a la casa de la finca de mi compadre, comenzó mi compadre Rose a dar órdenes: fulano haz tal cosa, zutano haz tal otra, Perencejo tal cosa…y su tío Mello oyendo, oyó…, de pronto al llegar a la casa mi compadre Rosemberg se baja de la mula y se añingota detrás de un matojo y dice: ah, y tú, Mello, te pones a echar terneros, después lavas los tanques y más tarde… Y su tío Mello lo interrumpió: No joda, Rose, tú si estás jodido, te la pasas es dando órdenes, no eres capaz de disfrutar del placer de una buena cagada…”

Yo la quiero seguir recordando así, con su chispa a flor de labios, su cabello largo y negro y su pasión por los carnavales y los porros y fandangos que los bailaba como toda una maestra aunque después se quejara de que le dolieran las piernas para que el doctor Edulfo la consintiera como sólo él sabía hacerlo y todo dolor se le quitaba.

Realmente me ha aliviado el hecho de recordar todas sus anécdotas, esas que guardaba “para cuando Toty venga…”. Y así era. Algunas veces su saludo era: le voy a contar una cosita, y ella sabía que entre más viejo el cuento a mi me gustaba más

Siempre llevaré en mi corazón no sólo el aroma del café que ella me regalaba sino su valor para enfrentarse a un pueblo desconocido para ella, ya que era hija de las Sabanas de Sucre, y mucho más casarse con el Playboy de la época, que acababa de salir del ejército y se la pasaba con un llavero dándole vueltas en su índice derecho, merodeando por la casa de Celso Siado, donde ella vivía. Aunque le tocó pelearlo con Luisa Novoa y Carmen Navarro, Toty, cómo le parece… Me tenían un apodo...Recuerdo que me decían “La Zunga”… y yo le decía a una de ellas que no me acuerdo a cuál, “la espeluzcá”…

Fue una pareja que le puso el pecho a tantos sinsabores y enfrentaron valientemente las trampas del destino. Ella se fue como quería: así, de un solo cipotazo, Toty, sin darle conduermas a nadie. Yo le digo a José que cuando los dos estemos viejos y él me vaya a ayudar a pararme nos vamos los dos al suelo, y caemos Braaá…y soltaba su carcajada y me contagiaba de su alegría.

Alguna tarde pasaba por su casa y me llamó: ¿usted no ha visto al Ángel mío? Me preguntó. Yo le dije: Cande, me encontré con él en el camino del monte. No él no es, me respondió. Yo no puedo creer que usted no sepa quién es mi ángel, me dijo. Al ver mi cara de sorpresa agregó: usted está igual al chavo cuando en la clase el profesor Jirafales le pregunta cuánto es uno más uno, y el chavo se queda pensativo y dice: ¿Me puede dar más pistas?.

Desde ese día supe que la persona que es mi amigo desde antes de nacer se llama Ángel David Ruiz Aguilera, y es y será por siempre el Ángel de Cande, su hijo.

FABIO FERNANDO MEZA