domingo, 26 de agosto de 2012

EL SANFERNANDERO DE LAS PEQUEÑAS COSAS A LO GRANDE.

Hace mucho tiempo vengo escuchando noticias suyas y ya no me sorprende. Y lo mejor de él es que hace las cosas porque le sale del corazón o a lo mejor lo heredó de su admirada mamá, o ambas cosas a la vez. Este ser humano con ese don de gente y su preocupación constante por tratar de que nuestro pueblo supere tantos sinsabores no nacen todos los días, con dos personas más con su perfil el pueblo de San Fernando volvería a ser lo que alguna vez fue. Creo que fui una de las primeras personas que supo que cuando “fuera grande” iba a ser un referente importante. No me equivoqué. De niños hablábamos de estos temas y de otros no menos importantes, además de jugar en esa especie de cañón que hay o había entre las casas del señor Atenor Aguilar y la casa de la familia Rico, en San Fernando, por supuesto. Recuerdo que lo único que nos obstaculizaba lanzarnos por ese callejón tenebroso que era un abismo hacia el barranco eran los caballos del señor Rosemberg Jiménez, que el señor Porras, su trabajador, amarraba en la cerca de palo de su suegra, donde vivía. A veces se nos perdía la mirada en el horizonte y tratábamos en vano de mirar desde ahí el río y a nuestro modo comenzábamos a componer el mundo, y mucho más cuando comenzamos a estudiar bachillerato y nos la pasábamos más ahí en ese cañón -que él un día bautizó con un nombre impronunciable pero que después se nos volvió familiar- que en el salón de clases porque por lo general no había profesores. Muchas de las cosas que ha liderado y llevado a la meta con éxito en el pueblo desde que tuvo certeza de la influencia de sus palabras, yo se las había escuchado desde que éramos felices e indocumentados, incluso, aprendí a interpretar sus largos silencios cuando se abstraía del mundo y se chupaba el dedo de la mano izquierda y con la otra se hacía una especie de laberinto en la moña. Me imagino que ya dejó de hacerlo. La que siempre lo molestaba por esa especie de manía era su hermana quien también estudiaba con nosotros y en medio de la inocencia de ese tiempo lo amenazaba con decírselo a la mamá. Desde esa época y quizás desde mucho antes, más que hermanos son amigos y eso siempre lo admiro en todos ellos. Qué bueno que todas sus iniciativas tengan eco en la mayoría de sanfernaderos, los que están dentro y fuera del pueblo. Hasta nos ha enseñado a cambiar los paradigmas con que vivimos más del siglo y a levantar la cabeza y exigir. Para mí es un líder, porque un líder es ayudar sin tantas pretensiones a mejorar la calidad de vida de toda una comunidad sin esperar nada a cambio. Además ha hecho en silencio tantas cosas por tanta gente que nadie se ha dado cuenta. Es un excelente profesional e igual ser humano y estoy seguro que buen hijo, buen hermano y buen papá. Además es como las tejas Ajover, que sólo le pasa la luz y no los años. Hace un tiempo tuve el honor de hablar con él, y lo hicimos como en aquellos tiempos, sentados en el piso de la escuela sin importar el tiempo ni el lugar y nos pusimos al día después de muchos años sin vernos. Confieso que al volver a saludarlo sentí la misma emoción extraña pero sabrosa que sentía cuando nos lanzábamos por el cañón ese del barranco de la Albarrada y rogábamos que ese sitio no desapareciera jamás y lo teníamos como testigo de nuestra amistad que quedó sellada más allá del bien y del mal desde siempre y para siempre a pesar de nuestros largos silencio, s y sentí que el mundo no había dado vueltas la vez que nos encontramos y volvimos a ser esos adolescentes con ansias de cambiar todo lo que en San Fernando nos oprimía el corazón y no nos dejaba respirar. En lo más profundo de su ser él sabe que puede contar conmigo más allá de todo así yo no sepa nada de Ingeniería Electrónica, campo donde es una eminencia. Y que siempre lo voy a admirar por mirar más allá del horizonte y amar tanto a ese pueblo del que a lo mejor sin razón, el señor Marcelino Puerta dijera alguna vez que “era hermoso pero sin nadie adentro”. Alguna vez alguien dijo que los verdaderos amigos eran los que sobrevivían a la infancia y quien lo dijo tiene toda la razón, porque a veces los amigos conocemos más de nosotros mismos mejor que los hermanos, y somos depositarios de secretos que sólo nosotros podemos guardar. Un abrazo a este líder por naturaleza, a este ser humano que se preocupa por las situaciones difíciles del pueblo como ningún otro, y que sigue soñando con volver a verlo como era antes, incluida las noches sin luceros, las tardes interminables de fútbol e ir a encerrar las vacas juntos. Y cuantos sinsabores y decepciones de sus paisanos no le han arrancado más de una lágrima pero él sabe llorar en silencio. Ya no puede vivir sin ir allá y siempre encuentra un huequito en su apretada agenda para irse de Cartagena a San Fernando a buscar la gastritis perdida a causa de un bollo de mazorca con el suero famoso de su tía que siempre es reconfortante en el desayuno, y más si va acompañado de cuentos y anécdotas que le alimentan el alma. FABIO FERNANDO MEZA