domingo, 23 de junio de 2013

BUENAS NOCHES, MAESTRO LEANDRO, BUENAS NOCHES…

Las personas de la generación del compositor vallenato, Leandro Díaz Duarte, tienen como común denominador su longevidad. Por estos días el autor de temas como “los tocaimeros”, “mi pueblo”, “soy”, entre otros, está de plácemes. Tener a esta leyenda viva del folclor todavía paseándose por las calles llenas de recuerdos del barrio San Fernando de Valledupar es un regalo de Dios. Sí, a esa persona a quien la pena no lo matado, porque cuando ella lo ataca sin misericordia, él se pone a cantar y se alivia. El maestro Leandro, como el que más, nos ha enseñado que “lo que se aprende, de pronto se olvida, si no se cursa, no es valedero, lo que nace con uno es eterno…” Hoy debemos darle gracias a quien todo lo puede y todo lo hace, por permitirnos 80 años tenerlo y multiplicarlo por 77 veces 7 para que no cruce la esquina… Aunque ya no practica sus artes quirománticas es un buen adivinador del futuro y sabe que todavía le esperan muchos sueños por realizar, muchas muestras de cariño del público que lo quiere y lo sigue como en sus bellas épocas de correrías por los caminos desiertos de la Guajira. A lo mejor el maestro Leandro sueña con que en uno de sus infinitos onomásticos que le faltan, se presente el cantante Diomedes Díaz con su chinchorrito y sus respectivas manilitas que le prometió un día cualquiera cuando fue de visita a solicitarle una canción para ser incluida en el álbum “dos Grandes”. Por supuesto que el maestro no está resentido, aunque le “haló” la oreja al cacique cuando éste le grabo “Bajo el palo e’ mango” en “un ritmo raro”, como dice el maestro. A este cardón guajiro que no lo marchita el sol, propio de esas tierras donde sólo sobreviven seres humanos especiales como él, que peleó con su destino cuando empezaba a cantar, y el destino resolvió dejarlo vivo por su bien o por su mal, está hoy como nunca: como un guayacán a punto de volverse roca. Las canciones del maestro Leandro reflejan la cotidianidad del pueblo costeño. Y los golpes que la vida le ha dado de manera injusta. Lástima que esta vez el maestro Escalona no vaya a su fiesta, y no es por culpa de Colacho: “díganle a Leandro Díaz/ díganle si lo encuentran/ que yo no fui a su fiesta/ fue por Nicolás Elías/ yo convidé a Colacho y Colacho se emborrachó…/ pa’ que vea que no es sincero ese caracolicero/ pa´que vea que dice mentiras ese Nicolás Elías… La nostalgia a veces le arruga el corazón al recordar los amigos que se han ido, y el pasado que no está. Pero luego se recupera y sabe más que nadie que “natural es aquella persona que sin estudio también se defiende”. Por mucho tiempo escuchará decir que ene l mundo hay auroras, claribellas sin comparación y él con su imaginación sabiendo amar y querer su memoria. Maestro Leandro: Buenas noches, buenas noches, maestro Leandro… FABIO FERNANDO MEZA fafermezdel@gmail.com MEDELLÍN, 20 DE FEBRERO DE 2008

lunes, 10 de junio de 2013

SI LOS HIJOS SUPIERAN CUÁNTO LOS QUIERE UNO… Canta y no sabe que la estoy escuchando. No tiene idea que su sola presencia hace desaparecer los amargos momentos de un mal día. No la dominan las alternativas modernas del entretenimiento. A veces, no sé cómo soporta los malos ratos sin fundamento que el destino le lanza. Dicen que es bonita. Decirlo yo sería injusto, pero la gente la admira. Para ella no ha sido fácil nada ni siquiera el hecho de nacer. Ha pasado por momentos difíciles a pesar de su corta edad y todavía sueña con ser de todo un poco. Menos mal que existen los hijos, porque su sola sonrisa es capaz de recomponer el mundo y desarmar al más valiente y más cuando con toda la sinceridad de que están investidos por mandato celestial preguntan: ¿papá, tú me quieres? Y después de tragar grueso uno le responde sin pizca de duda: ¡con toda el alma! Sueñan, tienen ganas de conquistar al mundo y con el borrador de nata de la escuela quisieran con toda sus fuerzas borrar tanta injusticia y tanta violencia que ven en la televisión cuando se sientan por accidente frente a ella buscando dibujos animados. Creo que maduró biche. Entre el cariño sincero de sus tíos, el amor callado de su padre y cantos vallenatos viejos y ensordecedores desde las 4 de la mañana ha crecido, al parecer, sin resentimientos. Tiene la difícil facultad de plasmar en la pared con un trozo de carbón de leña todo lo que la rodea y el resultado es tan real que da miedo tanta coincidencia. Cuando se ríe parece que todo se detuviera al compás de su risa llena de juegos pirotécnicos, luego brinca y salta, porque sabe que es capaz de mirar el sol en las noches e imponer su criterio sin contaminar que guarda en su corazón de niña soñadora. Ha cultivado la costumbre familiar de gustarle el campo, de amar a los animales y descargar en ellos toda la ternura que guarda en los bolsillos de su pantalón con flecos y remiendos de fábrica. Yo no la he visto llorar pero lo ha hecho muchas veces por lo injusto que a veces son los sábados y los domingos con ella, pero todo cambia cuando se le aparece la virgen vestida como su tía. A su edad yo no lo hubiera soportado. Por eso la admiro. Todo lo que se proponga lo logrará porque tiene garra, porque tiene alma y porque en su cuerpo de gacela ya todo le resbala y no para bolas a lo que la pueda lastimar sin razón. Sin duda hay muchas hijas en el mundo. Así, imponentes, que todo se lo ha disputado al destino sin quedarle a ella ninguna cicatriz, que todo cuanto ha logrado lo guarda en su alma para comentárselo alguna noche de lluvias torrenciales con un brillo en los ojos a su millón de amigos, que quienes se han convertido en sus cómplices de picardías, de juegos y sueños imposibles para otros menos para ella. Los padres casi nunca les decimos a los hijos en la cara cuánto los amamos y ellos casi nunca lo escuchan de nuestros labios sino de nuestras acciones. Pero si ellos supieran cuánto los quiere uno correrían a regalarnos otro abrazo aparte del que nos han dado en esta mañana y maniatarnos con su rostro salpicado de felicidad, una sonrisa que florece con facilidad y que digan en costeño limpio que ¡qué carajo! Que todo es nada, que nada les queda grande, ni siquiera vencer su timidez ni el palo en su rueda del progreso que le pone el destino. Así son los hijos. Como hay millones de hijos en el mundo: con sus ojos y cabellos azabaches, sus manos llenas de sueños por realizar, su cuerpo alto y delgado y sus dos corazones: uno a cada lado del pecho repleto de cariño y dulzura que heredó de sus antepasados y que esparce cada vez que camina por las calles sembradas de árboles que la veneran allá en el pueblo donde nació una madrugada de octubre. Niña linda, cuando comiences a transitar por el mundo, no te dejes conquistar por él. Que sea todo lo contrario. Y no olvides que te amo cantidades enormes. FABIO FERNANDO MEZA fafermezdel@gmail.com