jueves, 16 de septiembre de 2010

LA SABANA NO VOLVERÁ A SONREIR

Ya la sabana no volverá a sentir en su verde aliento los versos que la enamoraban, versos que llegaban de la lejanía, de una voz que la amaba, así tal cual era: indómita, cerrera, e irreverente, pero tierna y bella como una mujer; ya la sabana no volverá a sentir los decididos y firmes pasos de las melodías que le cantaban al amigo, a la Sierra, a la mujer que ponía nervioso al compositor y para recuperarse de la impresión improvisaba un verso cargado de melancolía, cargado de esperanzas, cargado de aliento, que se difundía por toda ella.

Pero como nunca falta un mosquito dentro de un toldo, todo acabó. El compositor, el amigo, el padre, el compadre, el compañero de lucha, ya no estará sentado por las tardes en su silla momposina, meciéndose al compás de la brisa que baja alegre y danzarina de la Sierra, silbando una melodía que más tarde le cantaría a su compadre Lorenzo Morales; su mirada escudriñando el futuro, adivinaba que quien todo lo puede y todo lo hace, llamaba al patriarca a rendir cuentas.

Cuánto hubiéramos deseado que el maestro Emiliano hubiera hecho lo mismo que alguna vez hiciera su amigo Camilo Namén Rapalino: "y después del sustazo que me llevé/por todo lo que estuve pasando/en el San Juan de Dios desperté/con ganas de beber y seguir gozando/”. Pero no se hizo el milagro que todos esperábamos. Que vaina!

Cuando murió Sara María Baquero, madre de Emiliano, el maestro se metió en sí mismo y deseó mil veces que la muerte vestida de mujer lo visitara, para él conquistarla como sólo él sabía hacerlo e irse con ella. Pero esa vez la muerte no llegó, en esa ocasión le tuvo miedo a las represalias del pueblo vallenato y optó por no escuchar los ruegos del hijo lastimado; en esa ocasión al verlo así, entristecido, su hijo Héctor le dijo en una canción muy sentida: "no llores padre/ porque me haces llorar/si toditas tus penas/las compartes conmigo/.

Soportó con estoicismo la ausencia de la madre y el hijo muertos, los amigos que se iban, las costumbres que se perdían, los hijos que crecían y se volvían hombres, a quienes les recordaba que podían tener mucha barba y mucho bigote, pero todavía él les podía dar una “cueriza” con los rejos de ordeñar.

Cuando el maestro Emiliano se encontraba rodeado de sus hijos que además eran sus amigos, el verso espontáneo brotaba, todo era alegría y el mundo se tendía a sus pies, lo conquistaba a golpe de versos hasta muchas veces detenerse extasiado por un momento, hechizado por la digitación atrevida y la improvisación perfecta del juglar.

Hoy no está el amigo que saludaba efusivamente diciendo que "le doy la mano izquierda porque esa no se la doy a todo el mundo, sólo a las personas especiales como usted"; hoy no está el animador de parrandas y piquerias, el mismo que se comparó alguna vez con la naranja que cuelga del ramo, porque "aunque se remezca el palo nunca arrastra por el suelo"; hoy no está el campesino que pensaba en la paradoja de la vida del campo: "cuando las cosechas son buenas, se presentan los malos años, hace mala la primavera, después sigue un largo verano"; hoy no está aquel ser maravilloso lleno de sabiduría y humildad, que una vez cantó su biografía en un paseo hermoso, de esos que ya no vienen, llamado "el Piñal", allí, magistralmente narra su vida y evoca sus bellos momentos; hoy no está “el viejo" pícaro, bonachón y dicharachero, el mamador de gallo, el mismo que le reclamó a una mula terca en una ocasión cuando bajaba de la sierra y ella se negaba cruzar una quebrada, que si era que ella "había planchado anoche" que no se quería mojar las patas, que “qué vaina era esa, carajo”; hoy no está el compañero que decía que lo único que moría eran los pesares y los malos recuerdos junto con la tarde triste, porque él está seguro que siempre estará con nosotros; hoy no está el amigo de sus amigos, quien tenía en la amistad a la más grande de las regalías; hoy no está el hombre que le preguntaba a Dios cómo estaban las cuentas entre ellos, si era que él le debía, o Dios le debía a él; hoy no está el campesino parrandero que salió del pueblo a la ciudad y no regresará porque a partir de hoy todos los días para él serán domingo de madrugada.

El desaparecido compositor vallenato Armando Zabaleta, le dice a un nieto de Emiliano: "los cantos que uno hace hoy en día, pasan de moda en un momentico, el que nunca pasa es la Gota Fría, compuesta por su abuelo Emilianito". Eso es verdad.

Emiliano Zuleta Baquero, nos dejó además de sus canciones, su tesoro más preciado: su alma en un acordeón.

“Isyo”, hoy comprendí porqué el turpial del poeta Rosendo Romero se enmudece en los cardonales, el camino que conduce a la Sierra se llena de matorrales y los manantiales cristalinos buscan olvido por todo el ancho valle: es porque el viejo Emiliano ya no está cuidando sus animalitos. La sabana no volverá a sonreír.
FABIO FERNANDO MEZA
fafermezdel@gmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin palabras... Hermoso