viernes, 28 de mayo de 2010

EL ÚLTIMO ROMANTICO QUE QUEDA EN SANTA ANA.

No lo conozco. Nunca lo he tratado. Pero creo que no hace falta porque su antigua barba de judío del año 30 se pasea por todo lo que huela a poesía, a cultura, en la población de Santa Ana, Magdalena. Asimilar lo que con sus símbolos y signos nos transmite a cada rato no fue fácil. Aunque ya nos está amansando. Estamos acostumbrados a que poco se nos hable de manera figurada y este escritor silvestre de la única manera que sabe expresarse es a través de la magia de sus actos. Cada acción de este personaje hay que estarla traduciendo a la lengua de los mortales porque cada una de ellas nos invitan a salir de lo cotidiano, de lo aburrido, y es tanto el apremio de sus palabras certeras que a veces queremos salir corriendo para no aceptar la realidad pintada en sus poemas de color marrón y de olor a tierra recién llovida.

Pasó mucho tiempo para que pudiéramos comprender que el mensaje de su cabeza rapada era que deseaba la paz y la convivencia de todos los santaneros. Muchas personas no se toman el trabajo de comprenderlo, de descifrar su álgebra poética cargada de color verde esperanza y mucha agua de ciénaga.

No creo que sea un utópico. Él es una realidad que se puede palpar en el amanecer ceniciento de sus obras poéticas, de sus crónicas parecidas al arroz crudo, de sus cantos vallenatos. Este poeta de Las Flores vive. Vive en cada pincelada con la que despierta a Santa Ana con su aliento radial y la invita a bendecir la aurora de Dios.

Yo no se si será de este mundo pero de lo que puedo dar fe es que es el último romántico sin remedio que queda en esta región donde todo se quiere arreglar a trompadas y patadas y él pone su granito de arena diciéndonos con su lenguaje cifrado que esas no sólo son las maneras.

Nos ha puesto a pensar con sus intervenciones, con sus sueños que no se han ido por el barranco del río, nos ha demostrado que se puede hacer patria con un toque de irreverencia, y ya sus voces resuenan en la lejanía confundiéndose con la de brujas y hechiceras. Gracia a él las aves en esta zona pueden seguir picando libres los frutales cada día por fortuna.

Este moldeador de sentimientos nobles en arcillas imaginarias del río que nunca acaba de decir adiós le ha arrancado cada vez que le ha dado la gana los pétalos al arco iris y no declina su aspiración de ver nuestro entorno como lo vivieron los abuelos: limpio y puro y rodeados de un verde que nos hiera los ojos de tanto mirarlo.

Alguna vez alguien me dijo: ahí va el loco de Santa Ana. Volteé y lo que vi fue distinto: una persona de perfil sembrada por siempre en sus 15 años, con su barba y cabellos de siglos pasados, una manta de apariencia indígena y unas sandalias gastadas, características propias de los seres enviados por fuerzas celestiales y con el don de cambiar el mundo a través de sus acciones. Lo busqué pero se perdió en la poesía desnuda. Así que el único recuerdo que tengo de él es el paso fugaz por mi mente de uno de los apóstoles bíblicos equivocando la salida de Jerusalén por el del caótico sector de Los Tubos. Es un recuerdo de consolación.

Es músico, loco para sus detractores, y tal vez poeta del olvido para sus admiradores. Este Vate de Santa Ana que ha transformado nuestros días con sus mensajes radiales de fe y esperanza no está pintado en la pared.

Al menos yo lo tengo tatuado en mi alma sanfernandera. Somos amigos sin serlo. Nos conocemos sin habernos conocido. Hablamos el mismo idioma de tanto andar en orillas opuestas. Quizás él es serio y yo burlón, o todo lo contrario. O tal vez él asiste a misa dominical de 6 y yo a la de 8 o viceversa, para no destruir el encanto del misterio. A él le gusta hablar en el idioma de Machado, de Rubén Darío; a mí en el de Gossaín o en el de Sánchez Juliao. Su poesía es el azufre de mis tantas aguas revueltas. Es la candela con que se cocinan mis rebeldes pensamientos, purificándolos. Puede ser todo lo bueno habido y por haber hasta un bendecido como todo poeta maldecido por el dios del destino.

Es el último romántico que queda. Hay que cogerle cría porque hombres como Raffael Medina Brochero ya no vuelven a nacer al menos que Las Flores vuelvan a aquellos tiempos de suero con yuca y café con leche.


FABIO FERNANDO MEZA

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