domingo, 13 de febrero de 2011

David Sánchez Juliao y la música vallenata

Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com
(Fabio Fernando. Un abrazo. Te adjunto la crónica prometida con tres fotos. Gracias por leerme. Juan Rincón Vanegas)

En 1990 David Sánchez Juliao hizo un gran aporte a la música vallenata con la grabación de una entrevista al primer Rey Vallenato, Alejandro Durán Díaz, que salió en dos discos bajo el sello Sonolux.
Alejo contó detalles de su vida y cantó varias de sus canciones memorables como: ‘Altos del Rosario’, ‘Juepa je’, ‘039’, ‘La ola del vallenato’, ‘El pedazo de acordeón’ y ‘Alicia adorada’, esta última de Juancho Polo Valencia.
El amor del escritor y periodista por la música vallenata lo dejó traslucir a través de muchos escritos. También le mereció una crónica escrita por Consuelo Araujonoguera en El Espectador (Julio 16 de 1978) y que titulo: “La literatura también entra por el oído’.
David Sánchez Juliao ofició en dos ocasiones como jurado del Festival de la Leyenda Vallenata. En 1976 fue jurado de acordeón aficionado e infantil, cuando se coronaron como reyes Alvaro López Carrillo y Fernando Dangond Castro, respectivamente.
En 1986 de acordeón profesional, alzándose con la corona Alfredo Gutiérrez y estuvo acompañado en la mesa de jurados por Orangel ‘El Pangue’ Maestre, Israel Romero, ‘El Andrés ‘El Turco’ Gil y Oscar Alarcón.

Presentación

David Sánchez Juliao, escribió la presentación del trabajo musical, en ese momento único en su género, y tuvo la más grande aceptación.
“Hace varios años cuando me dedicaba a la grabación de un cuento en los estudios de Sonolux en Medellín, el director artístico de la empresa, Julio Segundo Villa, me contó que el gran Alejandro Durán, se encontraba en la ciudad con el mismo propósito. Aquel hecho de que coincidieran una vez más en Medellín la canción popular y la literatura, fue asumido por mí como una trampa del destino. Nos había empujado a Alejo y a mí hacía el mismo lugar: él a cantar y yo a narrar. Curiosamente, lo mencionaba a él entre lo que yo iba a grabar; y él iba a cantar de nuevo quizá por última vez, al vehículo de placas 039, el que según me contó después, era un carro de Lorica… Un taxi de plaza, que conducía un paisano mío a quien llamaban ‘El cachaco’.
Pero ya duchos en el oficio, él en el de cantar y yo en el de contar, confluimos en un tinto en el ámbito musical de la Oficina de Dirección. Y allí, en vista de que a ambos nos había sobrado tiempo del programado para la grabación, se me ocurrió la idea de proponerle algo con una pregunta, a la manera costeña: “Maestro- le dije -: ¿Por qué no nos sentamos frente a dos micrófonos en el estudio principal y nos conversamos cuatro vasos de agua? “Aquel negro hermoso y monumental que era Alejo, abandonó la silla, se acomodó el sombrero de vueltas sobre la cabeza inquieta, y respondió con una anécdota como solía hacer con frecuencia: “Mira, Davo - me dijo -: una vez un cachaco se encontró con un costeño y le dijo, ala, cuándo te dejas ver para tomarnos unos tragos; y el costeño le repuntó ¡Eche, y no me estás viendo? ¡Vamos!. Supe lo que quería significar.
Nos sentamos a grabar en el estudio enorme, él y yo, ante dos micrófonos, como dos astronautas frente a la inmensidad espacial. Alejo era el astro rey, la más grande estrella luminosa. Horacio López, el ingeniero de sonido, echó a correr las cintas desde la consola, y el maestro Alejandro Durán y yo empezamos a conversar. De pronto, a mitad de la tertulia, abrió la caja de su acordeón, sacó de ella el instrumento y calmó con bajos y agudos mi curiosidad por su toque legendario. Después cantó solo, a capela, como si el universo silente del amplio estudio fuera el marco musical de su voz hoy extinguida y viva al mismo tiempo.
Este álbum es el resultado de esa larga conversación frente a los micrófonos, el producto final del llano, simple, sencillo homenaje que una pluma costeña quiso rendir en vida al más grande exponente de nuestra juglaría.
Ernesto McCausland Sojo, quien con las cámaras de ‘Mundo costeño’, el programa estelar de Telecaribe, me acompañó en la edición final para el álbum después de muerto Alejo Durán, me preguntó una de esas frases que usan los periodistas incisivos: ¿ Y por qué el álbum, después de muerto el maestro? Y le respondí con dos cosas; con la palabra, cuando le dije, “Porque Alejo no ha muerto”, y con el diseño de la carátula, en donde aparece manuscrita la frase que Alejandro Durán pronunció a la salida del estudio: “Davo, guarda esta grabación hasta después de mi muerte… si acaso algún día muero “Ese día miré a Alejo a sus ojos sabios, velados como dos almejas diminutas, y me atreví a decirle con una sonrisa: “Si me pide que publique el trabajo hasta después de su muerte, la cinta habrá de permanecer guardada una eternidad; pero le prometo que la publicaré cuando haga el tránsito a la Gloria”. Sonrió también, y me puso la mano en el hombro, “Gloria - dijo -, no conozco esa muchacha, y nunca le haré una canción”. El maestro siempre anduvo con ella, pero era tan modesto y tan prudente que jamás lo sospechó.

Dedicatoria

Cuando el escritor y periodista vino a Valledupar a promocionar el álbum, ‘Alejo Durán canta y cuenta su vida a: David Sánchez Juliao’, tuve la ocasión de entrevistarlo para conocer detalles de este trabajo musical y me contó una de las maravillosas anécdotas que le relató Alejo Durán. “En la década del cincuenta un antioqueño llevaba siempre bajo el brazo un disco de 78 revoluciones donde estaba la canción ‘La cachucha bacana’. A cantina que llegaba hacía sonar la famosa canción. Una vez en Corozal, Sucre, le presentaron a Alejo Durán, el propio autor de la ‘Cachucha bacana’ y el cachaco después de abrazarlo le dijo: “¡Eeeh! Ave María, maestro, usted si está jodido. Usted y su maldita gorra me han pelao”.
Después me autografió el álbum y escribió: “Para Juan Rincón Vanegas, el gran amigo, el compañero, el defensor de lo mejor de la identidad cultural costeña… con un abrazo”.
Paz en la tumba del “Man que desde la máquina de escribir fue el ‘ampayer’ del partido de la vida y el que no se pudo ganar la rifa del Premio Nobel de Literatura con el número 039”. Ese que dejó su impronta al decir: “escribo para que la muerte no tenga la última palabra”.

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