viernes, 1 de octubre de 2010

‘EL LUCERO ESPIRITUAL’ DE JUANCHO POLO VALENCIA

No extraña ya que las grandes y legendarias figuras del canto vallenato mueran revolcándose en medio de sus propios excrementos y en la más completa indigencia aún hoy día, mientras que cantantes y casas disqueras se enriquecen con el talento ajeno.

El 22 de julio de 1978 murió Juan Antonio Polo Cervantes, nuestro coreado y mil veces cantado Juancho Polo Valencia. Sí, el mismo que años después les diera éxitos, plata y popularidad a cantantes vallenatos como Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Poncho Zuleta, Carlos Vives, Peter Manjarrés, Iván Villazón, entre otros, que interpretan sus canciones mientras él no tuvo para su propio entierro. Algunas personas me dicen que el nombre de Juancho era en verdad Juan Polo Saavedra. Pero para todos será Juancho Polo Valencia hasta el fin de los tiempos.

¿Quién no recuerda a la famosa canción Alicia Adorada? la misma que una noche de tragos (como muchas de su enguayabada vida) cantó Juancho Polo en una parranda y a Alejo Durán que estaba presente le gustó tanto que ofreció comprársela. La vendió. Pero la plata se quedó ahí en la cantina. La canción era tan popular en la región que nadie aceptó que fuera firmada por Alejo, quién después la grabó bajo su autoría. Tocó devolverla al dueño legítimo. Esa no fue su única canción ni la más famosa. Hay cientos de ellas.
Esa canción es inmortal al igual la que dice que “el Lucero Espiritual es más alto que el hombre y que él no sabe dónde se esconde en este mundo historial”. “Filosofía popular y aplicada a la vida cotidiana por un ser humano extraordinario que no conocía la letra O ni por lo cuadrada”, diría mi hermana Isyoli Meza Delgado.

Alicia Adorada es una elegía a la señora Alicia Carrillo, la esposa muerta del poeta, cuyo deceso se produjo sola en la casa por complicaciones al momento del parto en la población magdalenense de Flores de María.
Es un reclamo injusto y desesperado el que hace Juancho Polo en esa canción. Si la señora Alicia murió solita fue porque él nunca estuvo cuando se le necesitaba, sino malvendiendo su talento por una botella de ron barato por todos los rincones de la costa.
Es famosa la frase de Juancho Polo cuando un político de la región lo buscó para que fuera a cantarle al entonces presidente de los colombianos y lo encontró tirado en un pretil borracho y revolcado en sus propios vómitos: “Dígale al presidente que si me quiere oír cantar que venga aquí donde estoy y traiga trago”.

Quizás el único día que se levantaría de su hamaca sobrio no lo alcanzó a disfrutar. Porque su nieto que tanto lo amaba, así como uno quiere a los inolvidables y tiernos abuelos, le llevó el tinto de la madrugada y ya Juancho Polo no se lo pudo tomar ni sentir el aroma reconfortante de la bebida porque estaba muerto.
Juancho Polo vivía al garete, aquí y allá y dormía donde se lo cogiera la noche o donde lo encontrara el diluvio inmisericorde que caía en esa zona en épocas de invierno.

El destino poco le sonrió a este juglar vallenato porque de los limones que están regados en el suelo del destino parece que él cogió el que estaba biche, ya que es lo que refleja los pocos momentos gratos que vivió y los muchos ingratos que padeció.
Sus amigos de infancia y de parranda lo recuerdan así, con su sombrero vueltiao sucio, su camisa tropical de cuadros, su pantalón de pana gris, su aspecto desgarbado, su voz ronca y cada vez más apagada, sus abarcas remendadas (la que alguna vez cuando se quedó dormido de la borrachera tirado en cualquier parte le robaron junto al sombrero y los lentes que nunca usaba) al igual que el acordeón colgado en bandolera en su hombro. Así lo recuerdan.

Juancho Polo la mayoría de las veces cantaba a cambio de licor. La única pausa que hizo del trago fue para no llegarle borracho a su esposa cuando se juntaran en el cielo de tambores donde ella lo esperaba para seguir amándolo con todos sus defectos y sus pocas virtudes. Cumplió.

Javier Franco Altamar y Agustín Bustamante dicen que Juancho Polo nació en Concordia, un pueblo situado en el municipio de Cerro de San Antonio, Magdalena, un 18 de septiembre de 1918; que sus amigos de parranda le cambiaron el Cervantes por el Valencia debido a su inclinación por recitales poéticos y afición musical que les recordaba a un poeta con ese apellido ilustre de la rancia aristocracia cachaca que llegó a ser presidente.

Juancho Polo vagó más que nunca después que sepultó a su esposa buscándole razones a la desaparición de alguien que lo aceptaba tal como era: feo, borracho, sin su oreja derecha, sucio, irresponsable y casi siempre sin un centavo en el bolsillo. Pero con unas cualidades y calidades para la composición impresionantes.
Juancho Polo fue enterrado con sus casi 60 años mal vividos en el cementerio del pueblo donde la muerte se condolió de él: Fundación, Magdalena. Dicen quienes presenciaron el sepelio que nunca hubo ni habrá un entierro tan multitudinario como aquel del 24 de julio de 1978 donde Juancho Polo comenzó a convertirse en el Lucero Espiritual de los actuales cantantes vallenatos que vieron en sus obras una mina de oro. Pero como decía el mismo poeta cantor: “donde quiera que uno muere, todas las tierras son benditas”.

Siempre me ha asaltado una duda respecto de Juancho Polo y ojalá los burocráticos directivos de Sayco se dignaran responderla alguna vez que estén desocupados: ¿qué pasa con las regalías de este prolífico autor después de su muerte? Porque en vida jamás gozó de ellas y me imagino que “después de muerto el perro acabada la sarna”. O tocará preguntarle a nuestro amigo y abogado sanfernandero de causas perdidas, al doctor Candelario Carreño Turizo, qué pasa con esas regalías. Y preguntarle también si es cierta la versión de que Sayco por cada 10 pesos que recibe invierte 8 pesos en su burocracia y sólo 2 pesos destina a los autores y compositores. Nada de raro tiene que así sea.

FABIO FERNANDO MEZA
fafermezdel@gmail.com

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