miércoles, 17 de noviembre de 2010

¡LA FUETERA…! : RECORDANDO A JUANCHO ROIS

Después de una apoteósica presentación en el club El Rosal en la ciudad de Caracas, Venezuela, todos los integrantes del conjunto de Diomedes Díaz y Juancho Rois se fueron al hotel a descansar ese 19 de noviembre de 1994.
A Juancho Rois lo contacta esa noche un ganadero del Estado Anzoátegui para que vaya a su finca porque quiere parrandear con sus canciones y deleitarse con su acordeón. Diomedes regaña a Juancho y le dice al acordeonero que él no tiene necesidad de eso, que en Bogotá lo espera su esposa bella, que mande esa presentación al carajo. Pero Juancho le dice que esa plata que se ganará en El Tigre es para comprarle regalos de navidad a muchos niños pobres. Juancho invita a Diomedes y éste se niega a ir por lo que contrata a Enaldo Barrera para que le cante. El 21 de noviembre se accidenta el avión donde viaja el grupo y el acordeonero fallece. En esa discusión amigable del 19 de noviembre fue la última vez que se vieron los artistas que en mayo de 1988 se habían reencontrado gracias a los buenos oficios del venerable Claudio Mendoza al ver el guiño y el interés de ambos artistas.

Juancho antes que artista era un humano con alma de niño. Cuando los habitantes de la calle de Bogotá se enteraban que andaba por ahí, lo buscaban y el artista nunca les dio la espalda y le regalaba plata o comida. Así era cuando estaba por San Juan del Cesar: los vendedores de chance hacían filas inmensas y él a todos les compraba un número. Igual pasaba con las vendedoras de fritos.

Su tía Carmencita Rois, fue quien estuvo con él durante su niñez, adolescencia y parte de su vida adulta. De ahí que no quería ver sufrir a niños con los mismos padecimientos que quizás tuvo el autor de la canción primera grabada por los hermanos Zuleta, “Que te vaya bien”.

Todavía nadie comprende cómo carajos hizo Juancho para decirle a Jenny Dereix que ella le gustaba ya que era impresionantemente tímido. Porque cuando la veía se le quería salir el corazón por la boca y muchas veces salía corriendo cuando la veía salir de la Universidad, pero después de darle vueltas al asunto sacó fuerzas de donde no tenía y se lo confesó cuando culminó la grabación del álbum “El Regreso del Cóndor”. La desarmó cuando le dijo que ella le tenía el corazón tan herido como “el palo que se pone de soporte debajo de la astilla cuando se va a hender con el hacha”. A partir de ahí se volvieron inseparables y él la enamoraba cada día más con sus detalles inesperados como la vez que compró todas las rosas que encontró en su camino para regalárselas a ella porque había aceptado salir a pasear con él las calles lúgubres de Bogotá. Fueron los días en que se le vio comiendo mote de queso y suero con yuca, para según él, acostumbrarse a la comida que su futura esposa degustaba.

Su muerte causó una honda herida no sólo en su joven y bella esposa sino en muchas personas que de una u otra manera sobrevivían de la benevolencia de Juancho.

Sus amigos más cercanos sabían que la unión de Juancho con Diomedes llegaría a su fin ese mes de diciembre que nunca llegó para el acordeonero, ya que tenía pensado radicarse con su esposa en los Estados Unidos e incursionar en el vallerengue y en un proyecto que estaba bastante adelantado con el dominicano Wilfrido Vargas. Nada de eso se cumplió. Los niños de muchas partes también se quedaron sin sus regalos de navidad ese año y lo más triste, sin su ángel guardián.

Juancho hablaba con el acordeón o el acordeón hablaba por él. En 1981 el cantante Jorge Oñate estaba en la población atlanticense de Sabana Larga para cantarle en su feria pero Chiche Martínez, su acordeonero, no pudo llegar. Oñate desesperado llamó a amigos en Valledupar para que le consiguieran un acordeonero de emergencia y su esposa, Nancy Zuleta, se acordó en medio del desespero que en San Juan había un muchacho de escasos 20 años que tocaba su acordeón de manera muy particular y adornaba el canto del gran Elías Rosado.
Juancho fue a Sabana Larga pero sólo a sacar a Jorge del atolladero. No pretendía más. Pero Dios le tenía deparado otra cosa porque cuando terminaron de tocar ya Jorge Oñate no quiso desprenderse de él.

Mamador de gallo cuando estaba con sus amigos de la Flotica, la Tropilla y de la Esquina Caliente en San Juan. Incluso, al mismo Diomedes su jodedera le sacaba la piedra hasta en plena sala de grabación. En épocas de la cosecha de mangos se ponía a comerlos y no se limpiaba las manos para cuando sus amigo llegaran a saludarlo, él estrecharles la mano, así, sucia, después soltaba su carcajada.

El corazón de Juancho llegó a suplir incluso a Colacho la vez que en Valledupar, en la famosa caseta Aguardiente, Colacho estaba tocando su acordeón y Diomedes no subía a la tarima por estar mamando gallo. Colacho se molestó, se bajó y se fue. Juancho que estaba allí con Jorge Oñate, salió al auxilio de Diomedes aún con la molestia de Oñate quien le decía que dejara solo a Diomedes para que respetara al Consagrado. Era la época en que todavía “el viento le alborotaba la melena a Colacho”. Y Juancho con su alma noble terminó tocando su acordeón para los dos cantantes. Él era así. Y Se reía por todo.
Incluso, le gustaba vestir tan bien que hasta diseñaba su propia ropa como con la que aparece en la fotografía de la carátula del álbum “El Regreso del Cóndor”.

Ser Rey Vallenato no lo desvelaba pero se presentó para complacer a sus amigos. Perdió la batalla pero fue algo así como una insubordinación de su propio acordeón quien estaba resentido porque lo había prestado a un competidor que en ese año de 1991 había dejado el suyo empeñado por una noche de amor en un bar de mala muerte en Valledupar.

Al muchacho de 19 años que Israel Romero descubrió en el festival del Fique en la Junta, Guajira, lo llevaron para Medellín a grabar con Juan Piña; luego se encontró con Diomedes en una parranda y decidieron grabar La Locura, que de por sí todos decían eso de esa unión: que era una locura. La juventud, la inmadurez y otras circunstancias hicieron que no se soportaran y se separaran.

14 años han pasado desde que a doña Delia Zúñiga, su madre, le fueron con fatal noticia de la cual no se ha podido recuperar y el pueblo sanjuanero tampoco. El dolor era tanto en el corazón del San Juan de esa época que declararon a Diomedes persona no grata por su ausencia cuando Juancho Rois más lo necesitaba.

Juancho Rois murió de una manera que no se merecía. Murió pidiendo que no lo dejaran morir, que su esposa, “Yeno”, como amorosamente le decía, lo esperaba en Bogotá para que la fuera a buscar a la Universidad, y para que le volviera a regalar todas las rosas que cultivan en la sabana de Bogotá…La muerte no quiso esperar que la monteriana volviera a verse con ese sanjuanero que había nacido un 25 de diciembre, que le había robado su corazón y además sus gustos musicales se los había cambiado: porros y fandangos por las notas alegres de un acordeón…sí, el de Juancho Rois.

FABIO FERNANDO MEZA

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