lunes, 10 de junio de 2013

SI LOS HIJOS SUPIERAN CUÁNTO LOS QUIERE UNO… Canta y no sabe que la estoy escuchando. No tiene idea que su sola presencia hace desaparecer los amargos momentos de un mal día. No la dominan las alternativas modernas del entretenimiento. A veces, no sé cómo soporta los malos ratos sin fundamento que el destino le lanza. Dicen que es bonita. Decirlo yo sería injusto, pero la gente la admira. Para ella no ha sido fácil nada ni siquiera el hecho de nacer. Ha pasado por momentos difíciles a pesar de su corta edad y todavía sueña con ser de todo un poco. Menos mal que existen los hijos, porque su sola sonrisa es capaz de recomponer el mundo y desarmar al más valiente y más cuando con toda la sinceridad de que están investidos por mandato celestial preguntan: ¿papá, tú me quieres? Y después de tragar grueso uno le responde sin pizca de duda: ¡con toda el alma! Sueñan, tienen ganas de conquistar al mundo y con el borrador de nata de la escuela quisieran con toda sus fuerzas borrar tanta injusticia y tanta violencia que ven en la televisión cuando se sientan por accidente frente a ella buscando dibujos animados. Creo que maduró biche. Entre el cariño sincero de sus tíos, el amor callado de su padre y cantos vallenatos viejos y ensordecedores desde las 4 de la mañana ha crecido, al parecer, sin resentimientos. Tiene la difícil facultad de plasmar en la pared con un trozo de carbón de leña todo lo que la rodea y el resultado es tan real que da miedo tanta coincidencia. Cuando se ríe parece que todo se detuviera al compás de su risa llena de juegos pirotécnicos, luego brinca y salta, porque sabe que es capaz de mirar el sol en las noches e imponer su criterio sin contaminar que guarda en su corazón de niña soñadora. Ha cultivado la costumbre familiar de gustarle el campo, de amar a los animales y descargar en ellos toda la ternura que guarda en los bolsillos de su pantalón con flecos y remiendos de fábrica. Yo no la he visto llorar pero lo ha hecho muchas veces por lo injusto que a veces son los sábados y los domingos con ella, pero todo cambia cuando se le aparece la virgen vestida como su tía. A su edad yo no lo hubiera soportado. Por eso la admiro. Todo lo que se proponga lo logrará porque tiene garra, porque tiene alma y porque en su cuerpo de gacela ya todo le resbala y no para bolas a lo que la pueda lastimar sin razón. Sin duda hay muchas hijas en el mundo. Así, imponentes, que todo se lo ha disputado al destino sin quedarle a ella ninguna cicatriz, que todo cuanto ha logrado lo guarda en su alma para comentárselo alguna noche de lluvias torrenciales con un brillo en los ojos a su millón de amigos, que quienes se han convertido en sus cómplices de picardías, de juegos y sueños imposibles para otros menos para ella. Los padres casi nunca les decimos a los hijos en la cara cuánto los amamos y ellos casi nunca lo escuchan de nuestros labios sino de nuestras acciones. Pero si ellos supieran cuánto los quiere uno correrían a regalarnos otro abrazo aparte del que nos han dado en esta mañana y maniatarnos con su rostro salpicado de felicidad, una sonrisa que florece con facilidad y que digan en costeño limpio que ¡qué carajo! Que todo es nada, que nada les queda grande, ni siquiera vencer su timidez ni el palo en su rueda del progreso que le pone el destino. Así son los hijos. Como hay millones de hijos en el mundo: con sus ojos y cabellos azabaches, sus manos llenas de sueños por realizar, su cuerpo alto y delgado y sus dos corazones: uno a cada lado del pecho repleto de cariño y dulzura que heredó de sus antepasados y que esparce cada vez que camina por las calles sembradas de árboles que la veneran allá en el pueblo donde nació una madrugada de octubre. Niña linda, cuando comiences a transitar por el mundo, no te dejes conquistar por él. Que sea todo lo contrario. Y no olvides que te amo cantidades enormes. FABIO FERNANDO MEZA fafermezdel@gmail.com

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