jueves, 12 de mayo de 2011

¿TINTO…OBESO?

El año pasado en el marco del programa de la Recuperación de la Memoria Literaria en Colombia fue declarado el año de los poetas negros por el Ministerio de Cultura, y hubo varias manifestaciones para recordar la obra, entre otros, del momposino Candelario Obeso.
Particularmente tuve noticias del poeta negro cuando en mis épocas de estudiante de bachillerato en San Fernando, el profesor de español y literatura, Ramón Delgado Caicedo, nos leyó emocionado “La Canción del Boga Ausente”.
Este poeta bohemio e inteligente, pobre y repleto de penurias, no pudo con todas esas penas para un solo corazón y a sus 44 años se suicidó. Su cuerpo para fortuna de sus seguidores reposa en el cementerio de Mompós. Pero teniendo en cuenta que era un hombre corroncho en la Bogotá del presidente Mosquera, se abrió paso a trompadas en ese mundo cerrado de la intelectualidad cachaca y logró ser admirado y querido y eso es digno de admiración.
Este hijo natural de un rico hacendado y abogado liberal y una lavandera negra jamás olvidó sus orígenes y le cantó a ese pueblo de sus entrañas que es más que piel. Era polémico y rebelde como la sangre de su raza pero de un noble corazón. Quizás aprendió de María de la Cruz Hernández, su madre, que ya era hora de levantar la cabeza y no poner siempre la otra mejilla.
Como todo intelectual que se respete, pasaba los últimos años de su vida las verdes y las maduras y sufriendo en carne viva los desprecios de las damas santafereñas y el repudio de la sociedad ultraconservadora de ese tiempo quizás porque era costeño, o peor, por negro.
Qué bueno que a este negro que lo heredó todo de su madre, ella lavando la inmundicia que tienen por fuera y por dentro los blancos de ayer y de hoy, lo llevara con todos los sacrificios del mundo a estudiar al muy encopetado y elitista colegio Pinillos de la época de donde salió becado para la capital. Las ciencias políticas y el derecho en la universidad Nacional los cambió por las traducciones perfectas que hacía de los autores famosos de ese entonces como Shakespeare, Musset, Tennyson, entre otros. A lo mejor no era extraño que enfrentando al frío de la lúgubre capital fuera a recibir sus clases calzado con abarcas de la artesanía local y llevara para comer en el campus de la universidad suero con yuca o carne de armadillo comidas propias de estas tierras.
Obeso fue quizás un poeta maldito porque su corazón latía en contravía del de alguna mujer hermosa. Sufrió hasta el final de sus días de amores no correspondidos, pero jamás pidió ayuda a los dioses poderosos de sus antepasados africanos ni a la santería cubana para doblegar al corazón cerrero de alguna dama de la calle real del medio de la muy señora ciudad de Mompós.
Un 3 de julio de 1884 se suicidó en Bogotá dejando por ahí todos sus poemas, cuentos y traducciones que fueron recogidos en 1950 y publicados con mucho éxito.
Candelario Obeso llegó a ser amigo personal del presidente de entonces, Tomás Cipriano de Mosquera, quien le ofreció un consulado en Francia pero no se amañó y regresó pronto.
En una ocasión el poeta estaba de visita en su natal Mompós, aquí cerquita de San Fernando, Magdalena, mi tierra, y fue a una cafetería donde acostumbraba pasar mucho tiempo leyendo, conversando, mamando gallo y tomando tinto cerrero por lo que las mesoneras lindas y serviciales del lugar ya lo conocían. Una de ellas le preguntó ¿Tinto… Obeso? Él haciendo gala de su humor implacable cogió al vuelo la confusión de su apellido con el añorado deseo y le respondió con el corazón en la mano: lo último mi querida señorita…lo último.

FABIO FERNANDO MEZA
fafermezdel@gmail.com
07.07.2009

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